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No saben.
¡Perdonadlos!
No saben lo que han hecho,
lo que hacen,
por qué matan,
por qué hieren las piedras,
masacran los paisajes...
No saben.
No lo saben...
No saben por qué mueren.

Se nutren,
se han nutrido
de hediondas imposturas,
de cancerosos miasmas,
de vocablos sin pulpa,
sin carozo,
sin jugo,
de negras reses de humo,
de canciones en pasta,
de pasionales sombras con voces de ventrílocuo.

Viven
entre lo fétido,
una inquietud de orzuelo,
de vejiga pletórica,
de urticaria florida que cultiva el ayuno,
el sudor estancado,
la iniquidad encinta.

No creen.
No creen en nada
más que en el moco hervido.
en el ideal,
chirriante,
de las aplanadoras,
en las agrias arcadas
que atormentan al éter,
en todas las mentiras
que engendran las matrices de plomo derretido
el papel embobado
y en bobina.

Son blandos,
son de sebo,
de corrompido sebo triturado
por engranajes sádicos,
por ruidos asesinos,
por cuanto escupitajo se esconde en el anónimo,
para hundirles sus uñas de raíces cuadradas
y dotarlos de un alma de trapo de cocina.

Sólo piensan en cifras, en fórmulas, en pesos,
en sacarle provecho hasta a sus excrementos.
Escupen las veredas,
escupen los tranvías,
para eludir las horas
y demostrar que existen.

No pueden rebelarse.
Los empuja la inercia,
el terror,
el engaño,
las plumas sobornadas,
los consorcios sin **** que ha parido la usura
y que nunca se sacian de fabricar cadáveres.

Se niegan al coloquio del agua con las piedras.
Ignoran el misterio del gusano,
del aire.
Ven las nubes,
la arena,
y no caen de rodillas.
No quedan deslumbrados por vivir entre venas.
Sólo buscan la dicha en las suelas de goma.
Si se acercan a un árbol no es más que para mearlo.
Son capaces de todo con tal de no escucharse,
con tal de no estar solos.

¿Cómo,
cómo sabrían
lo que han hecho,
lo que hacen?

¿Algo tiene de extraño
que deserten del asco,
de la hiel,
del cansancio?

Sólo puede esperarse
que defiendan el plomo,
que mueran por el guano,
que cumplan la proeza
de arrasar lo que encuentren y exterminarlo todo,
para que el hambre extienda sus tapices de esparto
y desate su bolsa ahíta de calambres.

Son ferozmente crueles.
Son ferozmente estúpidos...
pero son inocentes.

¡Hay que compadecerlos!
¿Cómo saber modales?
¿Cuál es el límite de los males?
Te enseñaré a identificar a tus oponentes,
mi nombre tallado en el primer lugar.

Honor ganado con singularidad,
y antes de notarlo,
mi edad comienza a pesar,
corto la idea con filo y pasión,
el cuchillo se entierra en mi corazón.
Más agobiante que goce, falta sazón,
quizás si culpo a alguien
encuentre algo de diversión.

Presta atención:
¿De qué lado estás?
¿Las cuentas te van a cerrar?
Mantente recto frente al espejo,
se imponen reglas
que más te vale hagas cumplir.
Una costumbre que nació para morir.

Encinta tu boca, deja de hablar,
estoy en condiciones para caminar.
No vas a entenderme,
eres mediocre,
pobre de ti, tan débil perfil.
Te vistes de falsa armonía,
pequeña figura recortada,
igual a todas las demás.
Hago a mi modo lo que mejor se me da,
da igual si agrada,
da igual si va.

Soy una imagen perfecta,
nadie piensa que puedo arrasar.
En una palabra, te hago estallar,
no me detendré, estoy tan cerca del final.
Mi cuerpo se excita
con tu histeria muerta y repetida,
me cansa tu queja, tan obsoleta.

¿Sientes que no puedes seguir?
Abre la canilla,
termina de llenar el vaso.
Se positivo, aprende a perder,
critica al rico, vuelve a ceder,
compra sin saldo, finge tener.
Las primeras reglas de la sociedad
que debes saber.
Patético: vuelves a caer.

El nuevo vocero soy yo,
demasiado complejo
para que puedas entenderlo.
No soy un genio
pero el ingenio lo tengo.
Soy el elegido,
yo me sostengo.

— The End —