Flauta de sal, ayer; hoy dulce caña
en que ya trina una esperanza nueva
que ni llovizna ni tristura empaña
y ecos de plata por el campo lleva,
Estéril es el valle de la saña,
y nadie más en él sembrar se atreva.
El que dañarme quiera, a sí se daña,
que hasta mi ángel en mi frente abreva.
Ya tengo dulce pecho en qué apoyarme
ya quién la amante sangre quiera darme
y quién, con la ancha sombra de la encina
mi cuerpo y mi heredad proteja fuerte.
Y ya, desafiadora de la muerte
he de subir, cantando, la colina.