Qué victoria es tenerte, amor mío,
podrías arrancar mis dientes,
que para nada me han servido esta vez.
Qué victoria es tenerte, porque ambos estamos
perdidos, como en el atardecer muerto de noviembre.
Gime, amor, porque sé que
sueles ser silenciosa.
Di incoherencias y ríe conmigo -o de mí-,
amor, porque de eso se trata.
Y, por favor, no me olvides
en el momento en el que ya no delire,
ni cuando sangre en mi cara ya no tenga,
y las sábanas sean blancas,
como tu falda inmaculada,
o tus pantaletas mojadas.