Ya tarde me entero
que no soy producto de mis decisiones,
sino de mis traumas.
No me gusta estar entre tanta gente,
detesto cantar en voz alta,
odio los abrazos.
No puedo soportar
la sonrisa de la mujer que amo,
me incomoda el cariño
que el resto demuestra hacia mí.
Odio ser fuerte
o fingir serlo.
No me gustan esas cosas,
aunque cuando no las tengo,
cuando las miro de lejos
o las recuerdo,
siento un vacío en mí.
Tal vez no sea un antipático,
tal vez no sea un patán.
Quizá solo soy consecuencia
de lo que me rodea
y no consecuencia de mí mismo.