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A *****
de verso,
me abrí un caminito
por el bosque espeso.

A *****
de verso,
me hice una corona
de besos.

A *****
de verso,
heriré al olvido

en mitad del pecho,
grabaré mi nombre
en mármol eterno:
Fernández
Moreno.

A *****
de verso.
¿Habrá en el mundo vacas más benignas que éstas?
Se anuncian con un claro cencerro matinal,
y en las ruidosas puertas de hoteles y pensiones,
al pie de las crías flacas, se dejan ordeñar.

Viven en pobres tambos, pacen escasa hierba,
entre piedra y arena, tamarisco y cardal;
pero siempre rebosan medio litro de leche
para los niños tristes que envía la ciudad.

Y, su misión cumplida, se van sin un mugido,
subiendo cuestas agrias con lenta majestad.
Mas yo sé cómo sigo, ellas no saben nada,
su campaneo de oro por la orilla del mar.
Todos duermen en el tren,
todos duermen menos yo.

Por la abierta ventanilla
mirando, mirando voy
el campo *****, que argenta
la luna con su esplendor.

Todos duermen en el tren,
todos duermen menos yo.
Nadie tiene sed de espacio,
sed de luna, sed de Dios.
A pesar de la lluvia yo he salido
a tomar un café. Estoy sentado
bajo el toldo tirante y empapado
de este viejo Tortoni conocido.

¡Cuántas veces, oh padre, habrás venido
de tu graves negocios fatigado,
a fumar un habano perfumado
y a jugar el tresillo consabido!

Melancólico, pobre, descubierto,
tu hijo te repite, padre muerto.
Suena la lluvia, núblanse mis ojos,

sale del subterráneo alguna gente,
pregona diarios una voz doliente,
ruedan los grandes autobuses rojos.

— The End —