He caído en pozos oscuros donde la claridad no existe, donde mis ojos no tienen brillo y no se distinguen de la niebla.
He tropezado con rocas más grandes que mi ego y destruido posibilidades con fracasos. Un día caí y no recordé nada, se esfumó mi retentiva y con el golpe en la cabeza; rebotó mi alma, dejando mi cuerpo frío azul.
La piel en el piso rozaba la mugre que se desprendía de mis poros, me fui aclarando como si alguna presión de vapor celestial me bañara.
Todos los fantasmas a mi alrededor se espantaron con la luz, flotaron en los gritos y se llevaron el miedo. Era una luz azul tibia que sanaba mi cicatrices con su canto, suturaba mis heridas aún abiertas con sus palabras, transformaba mis huesos en cimientos.
De pronto, detrás de ella, se encontraba mi alma, abrazándola, amarrada a su espalda como huérfana hambrienta, y era tan amable y tan gentil que se tornaba roja ternura.
La niebla salió de mis ojos y brillaron como nunca al verte, me ofreciste mi alma de vuelta y me negué rotundamente.
No necesito mi alma porque sólo contigo existe, no necesito mi cuerpo sin tu luz que me llene de mar sabio que me empuja, de tus ojos claros tenues.