Debajo del mar vives en tus cuevas liberadoras de todo mal y te hundes en ellas, oscuras y frías, titilando junto al miedo.
Haces sombras de tu propia luz tras tu espalda desarmada se confunden con tus manos negras de destiempos inmundos, soportando el peso de la reflexión que caen como rocas sobre tu cabeza adormecida, rompiéndola en mil pedazos de ideas y secretos contrariados.
En vano para tu cuerpo, tenaz para tu mente que crece en revolución a los sentidos, que se muestra rebelde como fuego ferviente.
Se avecina la verdad del mar rojo de tu venas y llegan contundentes a marchar sobre el temor, con tu pecho bullendo, explotando se rompe el mar en tres; cubriéndote, fortaleciendo tus huesos con su bruma.
Alzas tu cabeza casi rozando a la luna porque no existe mar muerto, no existe total infortuna mas de los débiles con hambre y sed de complacencia, costumbristas del sufrir. Se levanta la tormenta brava y te haces dueñas de las aguas turbias.
Qué fuerte son las olas que golpean el cuerpo, desgarrando los músculos. Como marcan tu piel dejándola roja y fría, atravesando sin trémulo tus venas congeladas, dejándote inconsciente de tu alma piadosa, volviéndose hacia ti en un llanto de muerte.
Abriendo los brazos te dejas ir a lo profundo, hundiendo tu cabeza ahogaras tus miserias y, partiendo desde el último aliento, te dejarás vivir entre la espuma.
Entonces flotarás sobre tus penas ya olvidadas y dóciles, te dejarás vivir asomando la cara frente a la luz más sincera de la noche.