Mira como agacha la cabeza aquella mujer, tierna e inocente. como apaga el fuego que sintió por convicción y credo Incapaz de sostenerse cae sobre su propio entierro, el que ya estaba escrito.
No recorrió largas distancias ni respiro aire de mar, no quitó el manto de sus ojos. Fue cambiante en todo en su interior y nunca supo proyectarlo; el temor ardía como hiel.
Las historias en su lengua reposaron, ardientes y misteriosas. Sus rabias quedaron pavimentadas en su pecho, sus senos nunca vieron luz. "Oh padre, ¿qué me has hecho?" Muerta en su juventud.
Sus opiniones dudaron de ser válidas y de su existencia, quedan pedazos de almas desgarradas. "Oh padre, ¿Qué me has hecho? que me has cocido las palabras.”