Creyeron que era pálida, luego la encontraron más viva que el susurro colorido de un árbol de almendra, estaba ahí llena de figuras de luz paseándose como cisnes por su frente, entre la gente, la espesa llama clara de sus pasos fue inspirando a cada músico, a cada pintor a cada hombre de traje de lino que caminaba por el bulevar de los ángeles rotos, creyeron que su voz era débil, mas cuando la escucharon una trompeta de caballería anuncio su coro, tenía tanto esplendor que hubiera dado le vida a los hombres de piedra, y susurrar sus nombres era el sabor de un almendro en los labios llenos de ocasión para el disturbio de la inspiración, en sus manos se formaban espigas de trigo lleno de miel, de su espalda podían nacer tanto gladiolos como destellantes oxidianas suaves, creyeron que estaba dormida, pero ella ya andaba volando.