Sabiendo lo que sabemos,
la realidad se nos escapa.
Permanecemos dormidos,
desconectados de un todo
universal, desconocido
e inexorable.
Entre la muerte,
ese ineludible fin o medio,
y, a la vez,
el descanso eterno,
la liberación terrenal.
La ignorancia negativa,
ese creer saber,
que, al no entender
la profundidad
de las cosas, eleva el ego...
y distorsiona la realidad:
la falsa felicidad.
Y la sabiduría,
que inevitablemente
desemboca en un no
saber profundo,
una insatisfacción eterna
por el deseo de comprender
lo inalcanzable.
Entre esas fuerzas,
¿cuál sería la mayor
de las condenas existenciales?
Para mí, sin duda,
la ignorancia positiva.
No aquella disfrazada de falsa felicidad,
sino esa verdad que se nos escapa
y transforma lo incierto
en el motor del cambio.
Es la mayor condena
y, a la vez, la mayor virtud.
La sabiduría,
por su parte,
es el principio oculto
que impulsa la existencia:
el agua necesaria
que hace del río
lo que es,
en su camino incesante
hacia el mar.
En esa paradoja,
en el delicado equilibrio
entre la ignorancia positiva
y la sabiduría, encontramos
el verdadero sentido de nuestra evolución:
la senda hacia la lucidez,
la profundidad,
el deseo constante
de saber más.
Y por ello,
como el agua del río:
Nos acercamos al mar.