Nada es lo mismo
sin conocimiento,
pues todo es lo que es,
gracias a él...
¡así también,
el amor!
¿Qué es esencial
para percibirlo,
vivirlo y comprenderlo,
sino el entendimiento
profundo de lo que subyace
en él?
Si nada se sostiene
por sí solo, y no hay vida
sin agua,
el amor, como todo el universo...
Está en constante movimiento.
Entonces, ¡nada mejor
que habitarlo, disfrutarlo, y,
sin necesidad, darlo!
El conocimiento
y la razón moldean
nuestra percepción
de la realidad, el amor,
cuando es
comprendido...
No se pierde,
no obsesiona,
y no se necesita.
Intentar llegar a él
sin comprenderlo,
es como pretender
nadar en un río
con una losa
pesada, opaca y turbia:
la carga de uno mismo.
No todo el mundo sabe
que de lo que se da,
se recibe,
como no todo el mundo
comprende
que el amor...
no es deseo,
obsesión o necesidad.
Sino la comprensión
de lo profundo,
libre de expectativas
ajenas, pero,
sobre todo:
libre de uno mismo.
Por eso,
como el río sigue su
propio curso,
inevitablemente hacia el mar,
dejemos que el amor fluya:
hacia adentro,
hacia los demás,
y de vuelta a uno mismo.