Mientras el sol, al ponerse,
acaricia la luna,
y esa brisa de aire tenue
no sopla: acaricia
y envuelve.
Lo que brota del alma,
bañado por la experiencia...
es como el agua de la fuente
que mana de la montaña.
Como el cauce de un río,
que sigue su propio curso
hasta llegar al mar...
en un ciclo interminable
desde el nacimiento
de todos los ríos.
Lo vivido, lo sentido,
que luego se plasma
en letras,
compartiendo emoción,
naturaleza y esencia...
Es como la noche certera
que da paso al día.
Por ello, no es lo
mismo escribir sobre
cualquier cosa, tirando
de la imaginación,
que hacerlo desde
la propia vida...
tal y como ha sido vivida.
Como tampoco es lo mismo
caminar por un bosque,
siguiendo el cauce de un río,
con unos auriculares puestos...
que hacerlo en completo silencio,
sintiendo su presencia.
Para luego plasmar lo vivido
con todos los sentidos despiertos,
desde su propia esencia:
Donde cada palabra
fluye como el agua
de un río,
siguiendo su curso
bajo la luz de
la inspiración.
Entonces,
lo que surge del alma,
bañado por la experiencia,
que da cuerpo y vida a las letras...
más allá de quién las escriba.
Nacido de la experiencia
vivida, con la pluma
escribiendo desde el alma,
impulsada por el corazón:
Lo hace también
más allá de la imaginación.
En un ciclo constante,
un susurro eterno
y una huella imborrable,
salvo por el desgaste
de la tinta, el plumero
y el papel..
¡Pero nunca del tiempo,
ni mucho menos del corazón!
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