De tanto profanar su nombre, Cupido se ha dado a la fuga. Ha decidido esconderse de mí. Quizás por temor a las consecuencias de sus nefastos dardos envenenados.
Coexisto en un metaverso insípido que me separa del resto del mundo, donde la alegría es improvisada y falsa, como las promesas de amor eterno.
No encuentro sabores nuevos, ni máscara, para el desasosiego incausto que quema la poca alegría con que sobrevivo, crudo y versátil.
Mi almohada es la única seductora que me lleva hasta la cama, donde las horas corren y bailan, mientras pierdo cada vez más el vívido deseo de levantar mi ánimo.
Insípidas y frías son mis noches. Insípida y fría, mi vida misma. Insípida, la nostalgia indómita que me empuja desenfrenada, hacia un abismo de piel y lujuria, superlativamente ajeno a mí. Y con el peso de la caída, se van acolchonando las memorias; que sólo sirven de látigo para el corazón.