A veces me despierto sin mí, el cuerpo acostado, pero el alma parada en la ventana, hablando con el viento.
Hay un grito que no nace por la boca, sino por las venas. Una voz sin lengua que dice: “Esto no es todo. Vos sos más que huesos y rutina.”
Tengo un cuerpo con hambre, pero un alma que no quiere comer. El cuerpo busca cama, el alma quiere cielo. El cuerpo se cansa, el alma no duerme desde que nací.
Y sin embargo… hay días en que bailan.
Alma y cuerpo, filo y raíz, sombra y fuego, toque de alma y toque de arma cruzando sus manos en un mismo tambor.
Porque soy eso:
—Un doble filo que corta lo visible, —un cuádruple abismo entre el dolor y la idea, —una lágrima con filo, —un alma que sangra pero escribe.
El cuerpo me encierra como barro sin forma, pero el alma lo esculpe desde adentro.
¿Lo sentís?
Ese temblor no es fiebre. Es el toque de alma.
No viene de este mundo.
Viene de más allá, donde se forjan los que duelen y no se rinden. Donde hay fuego que no quema, pero sí deja cicatriz.
Hoy lo sé:
el cuerpo se entierra.
Pero el alma… el alma escribe su nombre en los huesos del universo.