Nos enseñaron a mirar con los ojos, pero nadie nos enseñó a ver con el alma.
La sociedad aplaude piel tersa, caras simétricas, cuerpos armados como vitrinas, y se olvida que hay gente que brilla desde adentro aunque por fuera no venda.
La belleza verdadera no grita, no se exhibe, no se edita con filtros. Camina callada y carga cicatrices que nadie ve.
Ella no era “linda” según la cultura. Tenía estrías, ojeras, y esa risa que no encajaba en TikTok. Pero tenía una voz que curaba, una tristeza que abrazaba, y una forma de mirar que te hacía sentir menos solo en el mundo.
Eso… eso era belleza.
Pero nadie la notaba. Porque la belleza que no se ve no vende cremas, ni hace publicidad. Solo te salva. Y eso no da likes.
Vivimos en un planeta ciego donde el alma es invisible, y el envase se cree eterno. Donde te juzgan por cómo te ves antes de preguntarte si dormiste bien, si estás triste, o si te duele algo más que el cuerpo.
Y vos, lector: ¿cuántas veces miraste sin ver? ¿Cuántas bellezas reales se te escaparon por buscar lo que brilla, y no lo que quema?
Yo me cansé. No quiero más belleza vacía. Quiero la que sangra. La que piensa. La que te hace temblar sin tocarte.