No hay espejo que refleje el alma. Y, sin embargo, es lo único que termina importando.
Puedes tener el rostro que detenga el tiempo, la figura que enmudezca bocas, la sonrisa de catálogo… y aún así, ser un desierto por dentro.
El físico es el envoltorio de un instante. Pero los sentimientos… los verdaderos, los que no se pueden fingir… esos te desnudan ante quien ve más allá.
Porque un cuerpo se olvida. Un gesto se borra. Una piel se envejece. Pero una emoción… una emoción honesta deja cicatriz y también salvación.
Hoy todos corren tras apariencias. Pocos buscan el alma porque nadie la postea en redes. Y yo pregunto: ¿para qué sirve un cuerpo perfecto si está habitado por un ego hueco, por una voz que no escucha, por un corazón que no sabe doler?
Yo he amado lágrimas más que pestañas postizas. He admirado la verdad en una mirada triste más que en un cuerpo sin historia. Porque el que siente no necesita mostrar, ya vibra, ya quema, ya habla sin palabras.
El sentimiento es un lenguaje que no miente. No se camufla, no se retoca. Te expone como sos: herido, valiente, real.
La gente le teme a lo profundo. Prefiere una imagen que no incomode. Pero yo aprendí que el alma no se maquilla. Y que la belleza más alta no tiene rostro: tiene latidos.