Todo lo que soy… ya lo fui. No hay un segundo en este cuerpo que no esté hecho de despedidas. No hay una palabra que diga que no esté muriendo mientras la pronuncio.
Soy el eco de versiones pasadas, el temblor de quien ya no tiembla, el silencio de un niño que gritó tanto que el alma se le volvió muda.
A veces me miro y no me encuentro. ¿Dónde quedó el yo de hace un año? ¿Dónde el que lloraba por lo que ahora ya no duele? ¿Dónde el que creía que entender era vivir?
Fui todos. Fui el ingenuo, fui el valiente de mentira, fui el sabio de apariencias, fui el roto que sonreía para que nadie notara la herida.
Hoy… solo soy el envase de tantas ausencias. Y me pregunto si alguna vez fui realmente yo o solo fui lo que necesitaban que fuera.
He enterrado tantas máscaras en mi rostro que ya no sé si tengo piel o solo cicatrices. Y aún así, sigo avanzando, como si cada paso no doliera. Como si no supiera que la vida es un suicidio lento al que llamamos experiencia.
No me arrepiento de lo que hice. Me arrepiento de lo que no entendí. Del amor que no di por miedo. De las noches donde fingí dormir para no tener que pensar en quién era.
Hoy entiendo que crecer es ver morir a todos los que fuimos y seguir… aunque uno de esos muertos haya sido el que más querías ser.
Hoy entiendo que el alma no es una llama: es una ruina encendida. Una catedral en ruinas donde aún se arrodillan los pensamientos más puros.
Y yo… yo soy esa ruina. Ese templo sin dios. Ese fuego sin altar.
Todo lo que soy ya lo fui. Y sin embargo… aquí estoy. Siendo el resto. Siendo el después. Siendo lo que queda cuando se cae todo y uno decide no huir.
¿Acaso eso también es ser? ¿Acaso no hay más verdad en el sobrevivir que en el soñar?
Tal vez mañana seré otro, y este poema será solo una tumba más en el cementerio de lo que fui. Pero por hoy, por este minuto, soy esto:
Un alma cansada que escribe para no desaparecer. Un poeta sin respuestas que sigue haciéndose preguntas porque el silencio… le queda grande.