Guardé este día para mí,
para tallar tu nombre en el aire,
tu perfume —ese aroma a almendra y sol—,
tus ojos dorados
como trigo maduro bajo el cielo de junio.
Para ti no hay reproches,
solo este puñado de memorias
que me arrullan y me ahogan
en el mismo suspiro.
Yo fui el que besó tus labios,
el que supo del cielo
en un instante fugaz,
el que coleccionó tus cartas
como mapas de un tesoro
que ya no existe.
Yo, que me hice pájaro
solo para caer
cuando te vi partir
"mi luna alejándose
de mi noche vacía."
Yo, que no entendí
que te ibas no por voluntad,
sino porque el mundo gira
incluso para los que se aman en el cielo.
Yo, que te culpe
sin ver tu corazón roto,
ciego por las nubes espesas
de mi propio dolor.
Aún sueño que compartimos el pan,
que tu mano busca la mía
en la penumbra,
que me miras
a pesar de saber
que rompí mi promesa
como se rompe un hilo
al tirar demasiado fuerte.
Tal vez hoy
otro hombre te nombra,
admira desde su ventana
cómo la luz juega
en tu pelo de atardecer,
te llama "luna"
y cree ser el primero
en descubrirte.
Aprendí la lección:
los árboles que talé
no reverdecerán,
las flores que te di
se secaron en el jarrón
de mi egoísmo.
No tocaré tu silencio.
Ahora solo soy
un retrato borroso,
un nombre que repites
bajo la lluvia
cuando crees
que nadie te escucha.
Y aunque ya no vea
el oro de tus ojos,
ni escuche el violín
de tu voz,
sé que respiramos
el mismo aire frágil,
que ambos miramos
las mismas estrellas
y acariciamos
la misma luna
desde orillas distintas.
Mel Zalewsky.
"Para ti, Brenda. Puede que nunca leas esto, pero mi corazón necesitaba decir: lo siento mucho."