Tú, bella estrella, que iluminaste planetas hasta derretir sus polos, que quemaste con tu brillo a los que osaron orbitarte.
Algo tan grande debía morir. Y cuando tu combustión se apagó, no fuiste vil: te expandiste como un último abrazo, tragándote los mundos que un día calentaste.
Yo te juzgué. Te nombré "devoradora", "hueco sin alma". Hasta que entendí:
No destruyes. Preservas. En tu oscuridad, guardas la luz que ya no puede escapar, los nombres de los soles que fuiste, los ecos de los planetas que amaste demasiado.
Eres el archivo del universo: un agujero ***** que recuerda todo, incluso cómo era arder.