He caminado donde el alma no quería, donde el barro no era tierra, sino juicio. He sido sombra de mí mismo por seguir senderos sin esencia, movido por el deseo y no por la verdad.
¿Quién no ha errado por creer que sabía? ¿Quién no ha caído creyendo volar?
Fui juez y reo de mis propios actos, y en la noche más densa no hallé castigo más duro que el eco de mi conciencia.
Los pasos mal dados no son pecado, son espejo: nos devuelven la imagen que el orgullo quería ocultar. Ahí descubrí que la caída no es lo opuesto al ascenso, sino parte del mismo andar.
Porque el error es un maestro sin diplomacia, habla en silencio, golpea sin manos, pero deja cicatrices que se vuelven signos de sabiduría.
He comprendido, tras muchas lunas, que no hay alma sin grietas, ni luz sin sombra previa.
Y si alguna vez mi camino vuelve a tentarme hacia lo torcido, recordaré que no toda piedra estorba: algunas enseñan a mirar el suelo y valorar el cielo.