En el primer amanecer desperté al silencio— un mundo soñando lo que aún no era. El viento traía nombres que no conocía, y el amor era solo un rumor contado por estrellas demasiado lejanas.
El segundo amanecer llegó como fuego, quemando ilusiones hasta mostrar la verdad. Besé lo que me hería, abrazé lo que se fue. El espejo se rompió, y me encontré sangrando belleza en cada fragmento.
Pero el tercer amanecer— ah, el tercero— no brilló en oro, sino en gracia. Susurró: “Lo que eres no es una herida para esconder, sino una luz para llevar.”
Entonces caminé, no hacia adelante, sino hacia adentro— y hallé un cielo floreciendo en mi pecho.