Aquel día, fallecí. desperté como espíritu con cuerpo, carente de determinación. A un lado, crecen las raíces de memorias infectadas de sangre.
No puedes juzgarme, teniendo tu propia vida. Eso te hace diferente de mí; ve, persigue tu senda egoísta; yo no tengo derecho a seguir.
De tantos que pudieron haber sido, yo fui el error concebido. Una respuesta vaga, un aborto repugnante. Reírme sería gastar energía, y de eso ya no tengo bastante. Espero que me terminen destrozando los anhelos alados.
Rogándome escapar, partir de este mundo. Pero mi cuerpo no cruza el umbral, enfermo, esperando su propio destierro.
Por la emoción de los mismos estudiantes, se ciegan a ver la lluvia de balas demandantes, mientras me obligan a meter en mi mente juegos de máscaras y risas ausentes.
Todo termina cuando suenen las campanas. Me hablarán de mis sueños agonizantes, de los que nunca se cumplen, de los que nunca me salvan. Sería demasiado pronto si mi muerte fuera lo mismo que palabras sin acción. Por eso camino sabiendo que cargo el título de segunda opción.
Cuando se acerque el final, un coro vendrá a entonar. El óbito vendrá a por mi, y lo único que ruego es no despertar, no abrir los ojos, y volver a empezar.
Que los buitres de la envidia y la inferioridad no sacien su codicia, y finalmente terminen por consumirme.