Otra vez intento ahogar las mariposas que habitan en mi pecho, con un manantial de lágrimas secas que mi propio corazón derrama, mientras mis ojos cansados parecen sonreírle a este mundo de lobos, con tanta hipocresía que ni suspiro. El tiempo se comporta implacable, como una tormenta en el basto océano que me dejaron tus falsas ilusiones. La soledad de pronto se ha convertido en mi amiga, me toma de la mano mientras camino, respirando el poco aire que dejaste. Quisiera borrar de mi cabeza todos tus besos envenenados, esos que me taladran el estómago como un disparo invisible; borrar tu voz penetrante como escalofrío, el calor de tu compañía, tu respiración y mis ganas de tocarte, de tenerte encima de mí y caer nuevamente en la tentación más profunda. Me odio por sentir esto cuando debería esquivar todas las flechas que Cupido me envía borracho para divertirse conmigo. Me odio pero te deseo.