La dejé ir, aunque me doliera el alma, porque no sabía si era yo su verdad, preferí verla libre, seguir su calma, a retenerla con miedo a la soledad.
No quise ser cadena, ni un peso en su vuelo, solo quería verla feliz, aunque fuera lejos de mí, pero aún guardo en mi pecho el anhelo de que un día sus pasos la traigan aquí.
Si vuelve, no habrá reproches ni culpas, solo un abrazo, un “te extrañé” sincero, porque aunque la dejé ir para que encontrara su rumbo, si decide volver, aún la espero, aún la quiero.