Tuve el valor, tuve la gloria a las puertas de tu destruido reino Diamantes, en las espadas, desafiantes Los dragones y las mazmorras. Y las calurosas noches en los valles antes de las guerras, cuando tu seguías viva más allá del corazón en las montañas Los días en palacio, en los que las princesas envidiaban tu apalabrado amor atado al mío. Ahora la sombra de la atalaya nubla mi mirada no puedo ver a través de ella me cuesta entender. Entre el bosque, cerca del baluarte con telas de araña que encapotan el cielo, la ***** de los árboles que lamen el firmamento con sus picudas ramas y los rápidos caballos rojos que correrán en tu búsqueda, desbocando en la certeza gritando en nuestras cabezas derrubiando la verdad palpitando en nuestros corazones. En mi fresca memoria, seguías muriendo expulsada del paraíso como un ave rapaz. Creo que todo esto ya terminó temo que tu no seas mi problema nunca más. Apagué el cigarrillo en mi muslo entre las medias y lloré este cuerpo lo parió mi madre y hoy soy yo quien me traiciono quien lo maltrata. Dime como se ve el suelo desde el firmamento, la tierra desde el cielo. Conviertes el mármol en seda, la noche entera. Tocaré para ti, reina de todos mis torneos. Cogeré la espada por el filo. Te recordaré cuando desvista a otras mujeres me arrodillaré ante el enemigo. Escogeré la elección del poeta antes que la del caballero cuando, de espaldas, pronuncies mi nombre. Si seguir queriéndote destruye mis murallas ¿porque debería amarte? velaré armas Si allá dónde estés estás sola, cerraré mis ojos y estaré justo ahí, reinando sobre tus abrazos El triunfo de la muerte El cantar de los cantares. En una carta al cielo, dame tus razones dame tus motivos cuando la esperanza esta perdida solo me queda rezar para que todo vaya bien de verdad. Coge mi mano una última vez y vámonos, allá donde ni siquiera la muerte pueda encontrarte. Aunque ya no estés. Te quiero. Hazme un favor y no digas nada. Te quiero. Deja esas palabras sueltas por ahí un segundo. En el aire, en el tiempo Solo un segundo.