El amor ha muerto. Lo mataron. Yo soy testigo. Fue encerrado en la más profunda y vil mazmorra que esconden estos pasillos, cuya puerta cuida Cancerbero.
Cloaca es el mundo en el que nacemos y mi alma no ha dejado de sentirse sombra, porque no ha habido tiempo que diste esperanza ni heraldo con el brillo que amenace el cielo cruel.
Sobre estos suelos olvidados las voces son lápidas pálidas en un desesperado atardecer.
¿Se podrá algún día ver la luz que opacan los febriles ojos? Sin que cueste sangre y mil calvarios, sin que la madrugada socave más a fondo las entrañas de una flor que se marchita.
¿Qué es la vida sin la búsqueda por el sol? Nada más que una estatua ciega, un sueño mal pagado en la bruma, la escoria de piezas burdas, que alejan afable lumbre.
Es costumbre mirar el suelo. Aquí todos son extraños.