Escucho gritos... se aglomeran. Media noche en una calle desolada. Son almas corroídas por sus ojos, estaban despiertas. Un incendio, y el chirrido de un tren que se aleja.
Aunque fueron libres. Yo lo sé. Corrieron en contra de la noche y se refugiaron entre ocasos.
Pero condenados. Sí. A una muerta lenta y dolorosa. Su verdugo: el dormir de ovejas que se resistían a comer pasto verde.
Nuevamente medianoche. Ahí seguían el fuego y el chirrido, que me alejan de un sueño placido y me vuelven polvo; y me vuelven nada.