Esta negrura, dueña de mi visión y mi noción de conciencia; esta tinta derredor mío, escribiendo con pluma de llanto la historia de mi muerte.
Sin nombre, principio ni final, una historia de la que nunca se sabrá ni leerá, pues será condenada a la edición cíclica y a la tachadura del verdugo letrado de pluma que consigue pensar en algo todavía más cruel; me convierto en la víctima anónima, inmortal de este interminable martirio.
Con la envoltura de mi cuerpo están cubiertas las páginas de mi proeza, de mi peste y mi estado desvalido; mi tejido se estira hasta que queda una línea más, un diálogo más que conforma a la narrativa del tumulto y de la reencarnación inconsciente que condena a mi vida eternamente.