Huía de la noche que habitaba en mí hacia el abismo de libertad que eran tus ojos, eras el bálsamo al que en naufragio caí para soslayar de mi casa sus escombros.
Que sabía yo del resonante crujir tácito y de errantes vientos que recorrían los vanos de mi casa cuyos muros quebrantados, asomados en la arena estaban los marcos enterrados.
Vivía en la ebriedad del frenesí que es la vida, en el vulnerable vacío de la existencia, donde mis recuerdos desintegrados por la euforia, eran como balas calladas que se deforman.
No cesa la noche en tierras lejanas, si buscas la cuna del sol en miradas. Al ver las grietas de mi casa abandonada, manó el día desde su piel craquelada.