Siempre sabía que eras demasiado como una nectarina a principios de verano. Tú: sin poros y brillante e insinuando dulzura. Me llenaste con tu erupción secreta, luego me apagaste con tu lengua plateada y elegante, lava palpitante en mis tímpanos, realzando mi sangre, con fuego en tus ojos. Yo era una ciruela, vagando hacia su calor agustín. Mi piel tierna cedió a su toque hábil.
Pero luego lo mordí. Probé la carne bajo tu brillo brillante. Y ¡oh cómo te traiciona! Tan amarillo e inmaduro, tan tenso con la novedad, Aún aferrado al brillo del alba, primavera congelada con miedo de la oscuridad de mi néctar.
Hoy me desperté aquí con un imán en mi estómago. Ecos de metal frío recorren en mi garganta. La falta de amor, el dolor que corre entre las penumbras aórticas-- la esperanza, un refugio tragado por la noche efímera. Siempre sabía que eras demasiado como una nectarina a principios de verano.