Jamás he visto a nadie, señor, en sus ventanas, siempre el gris antipático de herméticas persianas. El hermoso jardín se muere flor a flor, inútilmente eleva su chorro el surtidor.
Como no hay criaturas que lo pueblen de trinos, ni siquiera gorriones saltan por los caminos. Señor: en el divino orden del universo, mi corazón, mis labios, se mueven para el verso,
tú, para amontonar la riqueza sin tasa... Yo te daré mi música a cambio de tu casa. Respetaremos todas sus magníficas cosas,
rozaremos apenas los muebles y las rosas, yo siempre estoy soñando y ella siempre está quieta. Ya ves, te la pedimos un hada y un poeta.