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¡Vengo de la cocina, vengo de la cocina!
Traía en grandes manchas en el traje, la harina.

En las pálidas manos, entre los dedos finos,
olor agudo a especias, canelas y cominos.

Al fondo de los ojos, en grueso punto de oro,
traía de las ascuas el alegre tesoro.

De ollas y cacerolas el sonoro ludir,
traíalo en los labios al hablar y al reír.

Por besarle la frente le aparté los cabellos:
lo más sutil de todo, el humo, estaba en ellos.
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