Nací, hermanos, en esta dulce tierra argentina, pero el primer recuerdo nítido de mi infancia es éste: una mañana de oro y de neblina, un camino muy blanco Y una calesa rancia.
Luego un portal oscuro de caduca arrogancia y una abuelita toda temblona y pueblerina, que me deja en la cara una agreste fragancia me dice: -¡El mi nieto, qué caruca más fina!
Y me llenó las manos de castañas y nueces, el alma de leyendas, el corazón de preces, y los labios risueños de un divino parlar.
Un parlar montañés de viejecita bruja que narra una conseja mientras mueve la aguja. El mismo que ennoblece, hermanos, mi cantar.