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Se llamaba Lamberto, se llamaba Lamberto,
un nombre medieval como un guante de hierro.

Vivía en una casa carcomida del pueblo,
sobre la puerta escudo, sobre el escudo yelmo.

El siempre por el monte, de caza, con sus perros
o en la taberna, ebrio.

De su maravilloso traje de terciopelo
se enamoraban las hijas de los labriegos.

Le decían las viejas, le decían los viejos:
Muchacho, acabarás en Ceuta, por lo menos.

Lamberto se fue a México.
Mala puñalada le dieron.
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