Nada a las fuerzas próvidas demando, pues mi propia virtud he comprendido. Me basta oír el perennal ruido que en la concha marina está sonando. Y un lecho duro y un ensueño blando; y ante la luz, en vela mi sentido para advertir la sombra que al olvido el ser impulsa y no sabemos cuándo... Fijar las lonas de mi móvil tienda junto a los calcinados precipicios de donde un soplo de misterio ascienda; y al amparo de númenes propicios, en dilatada soledad tremenda bruñir mi obra y cultivar mis vicios.