¿No eres tú, mariposa, el alma de estas sierras solitarias, de sus barrancos hondos, y de sus cumbres agrias? Para que tú nacieras, con su varita mágica a las tormentas de la piedra, un día, mandó callar un hada, y encadenó los montes para que tú volaras. Anaranjada y negra, morenita y dorada, mariposa montés, sobre el romero plegadas las alillas o, voltarias, jugando con el sol, o sobre un rayo de sol crucificadas. ¡Mariposa montés y campesina, mariposa serrana, nadie ha pintado tu color; tú vives tu color y tus alas en el aire, en el sol, sobre el romero, tan libre, tan salada!... Que Juan Ramón Jiménez pulse por ti su lira franciscana.