Ya en los campos de Jaén, amanece. Corre el tren por sus brillantes rieles, devorando matorrales, alcaceles, terraplenes, pedregales, olivares, caseríos, praderas y cardizales, montes y valles sombríos. Tras la turbia ventanilla, pasa la devanadera del campo de primavera. La luz en el techo brilla de mi vagón de tercera. Entre nubarrones blancos, oro y grana; la niebla de la mañana huyendo por los barrancos. ¡Este insomne sueño mío! ¡Este frío de un amanecer en vela!... Resonante, jadeante, marcha el tren. El campo vuela. Enfrente de mí, un señor sobre su manta dormido; un fraile y un cazador -el perro a sus pies tendido-. Yo contemplo mi equipaje, mi viejo saco de cuero; y recuerdo otro viaje hacia las tierras del Duero. Otro viaje de ayer por la tierra castellana -¡pinos del amanecer entre Almazán y Quintana!- ¡Y alegría de un viajar en compañía! ¡Y la unión que ha roto la muerte un día! ¡Mano fría que aprietas mi corazón! Tren, camina, silba, humea, acarrea tu ejército de vagones, ajetrea maletas y corazones. Soledad, sequedad. Tan pobre me estoy quedando que ya ni siquiera estoy conmigo, ni sé si voy conmigo a solas viajando.