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Creí que fuese un pelo rebelde,
atormentado,
pero al mirarme el pecho
comprobé que era verde.

Pasaron noches y días.
Apareció una hojita
y después otra...  y otra...
y todavía otra.

¿Un trébol de cuatro hojas?...
¡Qué alegre!
¡Qué alegría!

Pero al morir los meses,
una dura corteza recubría su tronco,
mientras le iban creciendo unas cuantas ramitas.

Ahora ya es un árbol
solitario,
frondoso,
perfecto,
chiquitito.
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