Entre un bosque de mástiles, y con sus muelles empavesados de camisas, Chioggia fondea en la laguna, ensangrentada de crepúsculo y de velas latinas.
¡Redes tendidas sobre calles musgosas... sin afeitar! ¡Aire que nos calafatea los pulmones, dejándonos un gusto de alquitrán!
Mientras las mujeres se gastan las pupilas tejiendo puntillas de neblina, desde el lomo de los puentes, los chicos se zambullen en la basura del canal.
¡Marineros con cutis de pasa de higo y como garfios los dedos de los pies! Marineros que remiendan las velas en los umbrales y se ciñen con ella la cintura, como con una falda suntuosa y con olor a mar.
Al atardecer, un olor a frituras agranda los estómagos, mientras los zuecos comienzan a cantar...
Y de noche, la luna, al disgregarse en el canal, finge un enjambre de peces plateados alrededor de una carnaza.