La lluvia, con frecuencia, penetra por mis poros, ablanda mis tendones, traspasa mis arterias, me impregna, poco a poco, los huesos, la memoria.
Entonces, me refugio en un rincΓ³n cualquiera y estirado en el suelo escucho, durante horas, el ritmo de las gotas que manan de mi carne, como de una gotera.