No soy yo quien escucha ese trote llovido que atraviesa mis venas.
No soy yo quien se pasa la lengua entre los labios, al sentir que la boca se me llena de arena.
No soy yo quien espera, enredado en mis nervios, que las horas me acerquen el alivio del sueño, ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido, mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.