Pero dime -si puedes- ¿qué haces, allí, sentado, entre seres ficticios que en vez de carne y hueso tienen letras, acentos, consonantes, vocales?
¿Te halaga, te divierte que te miren, se acerquen, Y den vueltas y vueltas antes de permitirles echarse, como un perro, en tus páginas yertas?
Podrá tu pasatiempo ser harto inofensivo; pero alguien que posee los dientes más prolijos, más agrios que los míos, al elegir la víscera que ha de roerte un día -si es que ya no se aloja en una de tus venas-, torna estéril y absurdo ese fútil designio de escamotear la vida.
Allí están las ventanas que te dan un pretexto para abrir bien los brazos.