Todo el mundo sentado a la mesa, en el trono, en la asamblea, en el vagón del tren, en la capilla, en el océano, en el avión, en la escuela, en el estadio todo el mundo sentado o sentándose, pero no habrá recuerdos de una silla que hayan hecho mis manos.
Qué pasó? Por qué, si mi destino me llevó a estar sentado, entre otras cosas, por qué no me dejaron implantar cuatro patas de un árbol extinguido al asiento, al respaldo, a la persona próxima que allí debió aguardar el nacimiento o la muerte de alguna que él amaba? La silla que no pude, que no hice, transformando en estilo la naturalidad de la madera y en aparato claro el rito de los árboles sombríos.
La sierra circular como un planeta descendió de la noche hasta la tierra y rodó por los montes de mi patria, pasó sin ver por mi puerta larvaria, se perdió en su sonido, y así fue como anduve en el aroma de la selva sagrada sin agredir con hacha la arboleda, sin tomar en mis manos la decisión y la sabiduría de cortar el ramaje y extraer una silla de la inmovilidad y repetirla hasta que esté sentado todo el mundo.