América, de un grano de maíz te elevaste hasta llenar de tierras espaciosas el espumoso océano. Fue un grano de maíz tu geografía. El grano adelantó una lanza verde, la lanza verde se cubrió de oro y engalanó la altura del Perú con su pámpano amarillo.
Pero, poeta, deja la historia en su mortaja y alaba con tu lira al grano en sus graneros: canta al simple maíz de las cocinas.
Primero suave barba agitada en el huerto sobre los tiernos dientes de la joven mazorca. Luego se abrió el estuche y la fecundidad rompió sus velos de pálido papiro para que se desgrane la risa del maíz sobre la tierra.
A la piedra en tu viaje, regresabas. No a la piedra terrible, al sanguinario triángulo de la muerte mexicana, sino a la piedra de moler, sagrada piedra de nuestras cocinas. Allí leche y materia, poderosa y nutricia pulpa de los pasteles llegaste a ser movida por milagrosas manos de mujeres morenas.
Donde caigas, maíz, en la olla ilustre de las perdices o entre los fréjoles campestres, iluminas la comida y le acercas el virginal sabor de tu substancia.
Morderte, panocha de maíz, junto al océano de cantara remota y vals profundo. Hervirte y que tu aroma por las sierras azules se despliegue.
Pero, dónde no llega tu tesoro?
En las tierras marinas y calcáreas, peladas, en las rocas del litoral chileno, a la mesa desnuda del minero a veces sólo llega la claridad de tu mercadería.
Puebla tu luz, tu harina, tu esperanza la soledad de América, y el hambre considera tus lanzas legiones enemigas.
Entre tus hojas como suave guiso crecieron nuestros graves corazones de niños provincianos y comenzó la vida a desgranarnos.