Amor, de grano a grano, de planeta a planeta, la red del viento con sus países sombríos, la guerra con sus zapatos de sangre, o bien el día y la noche de la espiga.
Por donde fuimos, islas o puentes o banderas, violines del fugaz otoño acribillado, repitió la alegría los labios de la copa, el dolor nos detuvo con su lección de llanto.
En todas las repúblicas desarrollaba el viento su pabellón impune, su glacial cabellera y luego regresaba la flor a sus trabajos.
Pero en nosotros nunca se calcinó el otoño. Y en nuestra patria inmóvil germinaba y crecía el amor con los derechos del rocío.