La pata gris del Malo pisó estas pardas tierras, hirió estos dulces surcos, movió estos curvos montes, rasguñó las llanuras guardadas por la hilera rural de las derechas alamedas bifrontes.
El terraplén yacente removió su cansancio, se abrió como una mano desesperada el cerro, en cabalgatas ebrias galopaban las nubes arrancando de Dios, de la tierra y del cielo.
El agua entró en la tierra mientras la tierra huía abiertas las entrañas y anegada la frente: hacia los cuatro vientos, en las tardes malditas, rodaban -ululando como tigres- los trenes.
Yo soy una palabra de este paisaje muerto, yo soy el corazón de este cielo vacío: cuando voy por los campos, con el alma en el viento, mis venas continúan el rumor de los ríos.
A dónde vas ahora? -Sobre el cielo la greda del crepúsculo, para los dedos de la noche. No alumbrarán estrellas... A mis ojos se enredan aromos rubios en los campos de Loncoche.