Carne doliente y machacada, raudal de llanto sobre cada noche de jergón malsano: en esta hora yo quisiera ver encantarse mis quimeras a flor de labio, pecho y mano, para que desciendan ellas -las puras y únicas estrellas de los jardines de mi amor- en caravanas impolutas sobre las almas de las putas de estas ciudades del dolor.
Mal del amor, sensual laceria: campana negra de miseria: rosas del lecho de arrabal, abierto al mal como un camino por donde va el placer y el vino desde la gloria al hospital.
En esta hora en que las lilas sacuden sus hojas tranquilas para botar el polvo impuro, vuela mi espíritu intocado, traspasa el huerto y el vallado,
abre la puerta, salta el muro;
y va enredando en su camino el mal dolor, el agrio sino, y desnudando la raigambre de las mujeres que lucharon y cayeron y pecaron y murieron bajo los látigos del hambre.
No sólo es seda lo que escribo: que el verso mío sea vivo como recuerdo en tierra ajena para alumbrar la mala suerte de los que van hacia la muerte como la sangre por las venas.
De los que van desde la vida rotas las manos doloridas en todas las zarzas ajenas: de los que en estas horas quietas no tienen madres ni poetas para la pena.
Porque la frente en esta hora se dobla y la mirada llora saltando dolores y muros: en esta hora en que las lilas
sacuden sus hojas tranquilas para botar el polvo impuro.