De cada uno de estos días negros como viejos hierros, y abiertos por el sol como grandes bueyes rojos, y apenas sostenidos por el aire y por los sueños, y desaparecidos irremediablemente y de pronto, nada ha substituido mis perturbados orígenes, y las desiguales medidas que circulan en mi corazón allí se fraguan de día y de noche, solitariamente, y abarcan desordenadas y tristes cantidades.
Así, pues, como un vigía tornado insensible y ciego, incrédulo y condenado a un doloroso acecho, frente a la pared en que cada día del tiempo se une, mis rostros diferentes se arriman y encadenan como grandes flores pálidas y pesadas tenazmente substituidas y difuntas.