En los bosques, perdido, corté una rama oscura y a los labios, sediento, levanté su susurro: era tal vez la voz de la lluvia llorando, una campana rota o un corazón cortado.
Algo que desde tan lejos me parecía oculto gravemente, cubierto por la tierra, un grito ensordecido por inmensos otoños, por la entreabierta y húmeda tiniebla de las hojas.
Pero allí, despertando de los sueños del bosque, la rama de avellano cantó bajo mi boca y su errabundo olor trepó por mi criterio
como si me buscaran de pronto las raíces que abandoné, la tierra perdida con mi infancia, y me detuve herido por el aroma errante.