Entre los espadones de fierro literario paso yo como un marinero remoto que no conoce las esquinas y que canta porque sí, porque cómo si no fuera por eso.
De los atormentados archipiélagos traje mi acordeón con borrascas, rachas de lluvia loca, y una costumbre lenta de cosas naturales: ellas determinaron mi corazón silvestre.
Así cuando los dientes de la literatura trataron de morder mis honrados talones, yo pasé, sin saber, cantando con el viento
hacia los almacenes lluviosos de mi infancia, hacia los bosques fríos del Sur indefinible, hacia donde mi vida se llenó con tu aroma.